domingo, 18 de junio de 2017

Hotel Chaco

Un jueves cualquiera. Escribí el guión más difícil de mi carrera. Fue aprobado sin cambiar ni una palabra. Éxito.

Me premié a mi misma, como suelo hacer. Reservé una suite con vista al río que amo. Llegué al hotel. Tomé las llaves y subí al séptimo piso.

Sola.

Me saqué los zapatos, puse música y descorché un buen tinto chileno. Se iba llenando la tina.

Ordené pasta con hongos en el room service. Levanté el volumen.

Me quité la ropa frente al espejo y me vi a mi misma hermosa. Envejeciendo con una dignidad única.

Me metí al agua tibia y con mi copa de vino como micrófono canté todas las canciones de grunge de mi playlist a lo que daban mis pulmones.

Envié la primera selfie, dejando ver un poco el pezón detrás de la copa de vino, con mi cuerpo sumergido relajadamente bajo el agua clara.

Me envolví en una toalla y salí al balcón. La brisa del río mágicamente trajo consigo un coro cantando el Ave Maria. Cerré los ojos.

Volé.

Escribí en WhatsApp docenas de sutiles mensajes invitando a que venga a pasar la noche conmigo. Perdí la esperanza por su acostumbrado abuso de las metáforas y ambigüedades. Seguí el juego de la suite en soledad y el vino empezaba a zarandear mi mente.

Vestí mi nueva lencería de seda color beige con pequeñas motas negras. Envié unas cuantas selfies. Todo ya estaba perdido pero era divertido en soledad. No era ratonearlo a él, era ratonoearme yo.

Cuando la mitad de la botella reflejaba su luz carmesí sobre la mesa, una llamada. Su voz sólo dijo: "abrí la puerta".

Siempre se veía sexy vestido de negro. Jeans gastados, remera polo, el pelo húmedo, su perfume único. Fue a su casa y se preparó para venir. Siempre daba vueltas para todo. Su reloj interno de arena le llamaba yo.

Sólo nos acostamos en la grandiosa cama, me abrazó y tomó una selfie de sus labios sobre mi pelo, mi espalda. Estar en sus brazos era tan tibio, tan calmo. Cierro los ojos y aún lo siento.

Silencio. Dulzura. Hacer el amor se sintió distinto.

Acaricié su pecho con la parte interna de mis labios, un poquito de lengua, sacarle la remera, acariciar la cintura de sus boxers con mi boca incendiada de ganas, con la saliva hecha miel.

Sus manos en mi espalda, en la costura de mi bombachita, rozando, sin tocar, inquietando. Enredando mi pelo en sus dedos. Como siempre lo hacía, lento, único.

La luz medio encendida, desvistiéndonos hasta ser solo piel. Besándonos hasta ser solamente nosotros. Sin caretas, sin palabras, sin mentiras, sin fingir.

El orgasmo mutuo, dulce, inolvidable, simultáneo.

El abrazo cálido, el sueño íntimo, hasta la mañana.

El día siguiente y la rutina trajeron el viernes. La normalidad nos disfrazó de nuevo, pero la noche del Hotel Chaco y su magia siempre van a ser inolvidables.

Gracias.