domingo, 9 de abril de 2017

Arde la oficina, ardo yo

Siempre he sido una mujer hiperactiva. Obsesivamente profesional. De buen humor. Muy culta. Con la mente sucia.

Mi vida emocional y sexual es cómo un paralelo permanente a la imagen que proyecto en el trabajo. Estos relatos son prueba de eso.

El punto es que esos mundos se conjugaron por primera vez en mi vida. No. No pierdo el control. Digamos que estoy más motivada en la oficina. Como nunca antes!

Esa adrenalina de los besos prohibidos en mitad de la mañana, de las caricias bruscas sobre la ropa elegante, de su cuerpo contra el mío hasta que me hierva la entrepierna.

Qué ganas de que me dé vuelta sobre la mesa de su oficina y me haga suya. Rápido. Violento. Esos orgasmos que de pensarlos llegan y te dan una bofetada. Esos estímulos tan bien dados que desatan un squirt.

Un roce de piel inocente me incendia. Su sonrisa. Su perfume. Su camisa perfecta. Su discurso tan correcto durante una reunión. Aunque no pierda la calma, mi boca se hace agua y genero escenas en mi mente donde mi lengua recorre su piel.

Deliro con sacarle la ropa y sacarme las ganas de sentirlo. Dentro mío. Gritando que no pare.

No lo niego. Me he masturbado en el baño de chicas del trabajo. No pude aguantar más. Era insoportable sentir sus dientes mordisqueando mis labios y su lengua enredandose con la mia, para que todo termine con: vamos, se acabó el horario de almuerzo.

No.

No ha habido coito. Estamos jugando un juego de amor y conquista. Es enloquecedor. Soy demasiado sexual. Todo se revela cuando sólo me insinúa palabras como piel, boca, manos.

Debo aceptar que no me han sabido excitar de esta forma en años. Desde el colegio, cuándo había un celador.

Esta calentura entonces es adolescente. Hormonal. Visceral. Deliciosa. Pienso más en sexo que de costumbre: y eso es muchísimo.

El viernes nos escapamos temprano.

Subí a su auto y lo acompañé a un par de lugares. El tráfico infernal era mi cómplice. En cada parada sus manos recorrían mi cara, mi espalda, mis piernas. Y su boca la mía. Hasta dejarme sin aire.

Yo sé que él también arde. No aguantó más y metió la mano hasta mi clítoris. Cerré los ojos y sonreí. Dos milímetros antes del orgasmo se detuvo.

Jamás pensé que no acabar podía ser tan delicioso. Y rogué por primera vez en mi vida.

- Haceme el amor, por favor.
- No. Aún no.