Hay noches en que se hace más difícil escribir estas cartas.
Hay noches en que me siento más sola, más frágil, más humana.
Hace meses que estoy en abstinencia y creo que mi sexo
gobierna mi cabeza. Tengo miedo de que la necesidad me traicione y arruine todo.
Es que ya no puedo. Me rendí con él. No quiero seguir
fingiendo la misma mierda de siempre. No
puedo. Ya no me dan las fuerzas. Se me agotaron los clichés para hacer
pasar el tiempo compartido.
Odio el matrimonio, extraño mi soledad. Lo único que me ata
es la sonrisa de mi hijo viviendo la infancia que yo no tuve: con mamá y papá.
Me pongo la careta y me la banco por él, para que sea feliz.
Ojalá no me esté equivocando. Deseo con todas mis fuerzas
que esto valga la pena y que cuando llegue la hora mi hijo sea un hombre de
bien, capaz de amar más de lo que yo me animo.
Hay noches que creo que solamente soy cobarde y que todo
esto es una excusa para no enfrentar lo que de verdad quiero. Y hay noches en
que veo dormir a mi niño tan plácidamente que el sacrificio tiene sentido.