Miguel, que ese día cumplió 14 años, giró la botella. Era el más popular de la clase y para las características de cualquier muchacho de esa edad era bastante atractivo. En realidad todas las chicas del colegio morían por su sonrisita ensayada durante mil horas frente al espejo del baño, conjugada con la tonelada de perfume que traía encima todos los días y toda la ropa de moda.
La botella se detuvo apuntándome como para que responda.
-¿Verdad o consecuencia?- preguntó con tono extraño.
Prefería una
consecuencia antes que cualquiera de mis verdades, aunque no sabía realmente de
que se trataba cualquiera de mis opciones.
-Consecuencia- dije con total
pasividad.
El chico se mordisqueó el labio y dedicó unos segundos a sus pensamientos perversos antes de repreguntar: ¿consecuencia?, y sonreír de manera falsa, como siempre, con esa miradita de imitación de galán de cine.
-Si, consecuencia. ¿Tienes algún problema?- dije desafiante.
-Está bien. Ya
que estás tan segura debes saber lo que haces- aseguró mientras reía en coro
con
otros chicos.
Consultaron en un circulo por unos segundos dejando escapar una que otra macabra risa conjunta. Las niñas que estaban alrededor del círculo murmuraban todo el tiempo.
Mi tranquilidad excesiva era consecuencia de mi total ignorancia del asunto. Esa actitud era la que me había hecho ganar mis primeros minutos de fama escolar.
De repente, uno de los niños, que no era el chico de cumpleaños, me miró fijamente a los ojos y dijo claramente:
-La consecuencia- hizo una pausa para dar más emoción al asunto- Besarlo en la
boca… por diez segundos-
El aullido fue brutal entre las chicas y los vítores interminables entre los varones. Sentí automáticamente un nudo en el estomago que se expandió por todo mi cuerpo, pero como no había expresión alguna en mi rostro, el embravecido publico se sintió retado a darle una plusvalía a la prenda.
-Pero… Con lengua- se escuchó de entre todas las voces.
Mi mente me decía que corra, pero mi orgullo me gritaba que me quede y muestre valor. Era mi oportunidad, aunque no ansiada, de ser parte activa del pequeño mundo de los adolescentes de mi edad.
Era normal para ellos jugar a este juego y probablemente todas las chicas de mi clase ya habrían besado a todos los chicos. Estaba segura de que así era, ya que era la primera vez que me invitaban a una de sus fiestas.
-¿Y bien?- le dije -¿qué esperas?-
El chico más bonito de mi clase estaba a punto de besarme por primera vez en la vida como consecuencia del giro de una botella. ¿Qué podía pasar?
Se acercó. Mordisqueó como siempre su labio inferior. Cerró los ojos. Entreabrió su boca y preparó su húmeda lengua como para un ataque. Imité todo menos el mordisqueo del labio (que siempre me pareció ridículo) pero no tuve tiempo de cerrar los ojos.
Parecía un exorcismo. El chico metió su lengua tan profundo en mi garganta que hasta me dieron nauseas. Como no quería parecer una novata traté de esbozar alguna expresión de placer o regocijo. Probablemente no haya sido ese mi semblante ya que todos comenzaron a reír sin parar. Incluyendo al chico que me estaba besando.
Mi primer beso fue una experiencia insensible, bochornosa y pública.
En ese momento, mirando las caras de todos divirtiéndose con la mía, me di cuenta porqué llamaban “consecuencia” a esa parte del juego.