Si antes de esa fiesta era un poco bizarra con mis solitarios recreos, a partir de allí la frecuencia de cosas extrañas en mi comportamiento se intensificaron de manera exponencial. Empecé a escuchar música intolerable, a vestirme de manera desdeñosa y a comportarme de una manera tan rebelde que rayaba la ridiculez.
Cuando llegó la primavera se acomplejaron los problemas de conducta. Todos los alumnos del colegio estábamos obligados a participar de las olimpiadas estudiantiles.
Cada uno de nuestros nombres era sorteado para formar parte de alguno de los tres equipos que se conformaban en el colegio para competir internamente. Rojo, blanco y azul eran las opciones. Pero nadie podía elegir. A mi me tocó ser parte del equipo blanco. Debía elegir alguna modalidad deportiva y alguna cultural, para lo que me entregaron una interminable lista de actividades de las cuales podía participar.
Mis habilidades deportivas se reducían al cigarrillo y a mi cuaderno de anotaciones extrañas. Idem para mis destrezas culturales. Pero estaba obligada.
Elegí atletismo. Pensaba que al tener una extensa lista de actividades dentro de esta modalidad podría lograr zafar con alguna, pero el astuto capitán del equipo blanco se olvido de mencionar que había que participar en absolutamente todas las modalidades atléticas de la mentada lista.
Para las actividades culturales no encontré en la lista algo relacionado a las letras, así que cerré los ojos y puse el dedo sobre la palabra danza jazz. Bailar no parecía algo tan intolerable y la música jazz en realidad no me desagradaba del todo, al contrario. A mis apenas 14 años ya había tenido la satisfacción de cerrar los ojos y disfrutar alguna versión bien interpretada de Summertime.
Cuando se acercaba el mes de agosto comenzó la pesadilla. Nuestro capitán de equipo, que era un chico del último año que necesitaba desesperadamente destacarse, convocó a todos los inscriptos a una gran reunión. Trató de entusiasmarnos con un encendido discurso, pero yo seguía en stand by ya que no me encontraba exactamente en el lugar del universo que realmente deseaba.
-Para los atletas- dijo con un marcado acento político- nos esperan días de
arduo entrenamiento para alcanzar los laureles-
¿Laureles? No estaba en mi lista de prioridades de vida la imagen ateniense del triunfo, así que no me tome por aludida. Mientras pensaba, un grupo de snobs bien dotados físicamente se regocijaba en el éxtasis del triunfo soñado entre gritos.
-La disciplina más dura para el área cultural es la de danza jazz. Todos sabemos
que ésta es la cumbre. El equipo que gane en esta disciplina será el rey de las
olimpiadas- increpó con espíritu de liderazgo.
Fantástico, pensé, mientras me imaginaba uno que otro acorde de piano y saxofón, mientras escuchaba un estruendoso coro de mujeres ansiosas.
Salí de la reunión y lo primero que hice fue buscar a Mónica para que me explicara que fue todo eso. Ella era parte del equipo azul, o sea, éramos oponentes. Las olimpiadas internas del colegio serían en la primavera.
-Moni, entendí que los atenienses se encendieran con el sueño del triunfo, pero
no entendí por qué las mujeres se encendieron cuando el capitán habló de danza
jazz. ¡Explícame por favor! ¡Estoy flotando en una nube!- le dije con total y
absoluta desesperación.
-Nena- me dijo con asombro –todo el mundo sabe que
danza jazz es lo máximo. ¿Ya te seleccionaron?
-¿Me tienen que seleccionar?
¿Qué es todo esto? ¿La inquisición?- me alteré.
-¡Nena! Te tienen que
seleccionar. Todas las chicas del colegio quieren bailar en la noche de clausura
de las olimpiadas. Pero no te preocupes. Nunca eligen a nadie de primer
año.
-¿Qué?- me desesperé- ¡A mi me van a elegir! Voy a marcar diferencias en
esta basura de obligaciones de ser talentoso. Este año va bailar en la bendita
noche de clausura una chica del primer año- reí con mi natural sarcasmo.
Mónica no agregó nada. Solo me miró con asombro y desconfianza. Yo pensé: ¿Qué tan complicado puede ser un baile de salón?