Cuando las palabras están vacías la ansiedad nos guía por senderos desconocidos de miradas anónimas.
Las más estridentes verdades de ajenas vivencias pasadas se desnudan y nos negamos a sentir las voces del ayer.
En cada extraño se atesoran la ternura y la dulzura. Casi como una realidad paralela en respuesta al urbanismo brutal.
Los millones de vacíos silencios aturden, porque todos necesitamos palabras aunque sean mentiras.
La soledad se traduce en ocio con el devenir de los otoños y al final todos pasean solos en las tardes de abril.
La ansiedad se llena de falsedades y caemos en la lujuriosa práctica del exitismo caníbal.
Las experiencias solo marcan mínimos segundos incidentales y todos
cambiamos de careta tres veces al día.
Los páramos son usuales en todos lados.