viernes, 24 de noviembre de 2017

1.000 Kilómetros no son nada

Exactamente 1.259 kilómetros entre mi casa y la tuya, me han enseñado que la disponibilidad emocional no tiene nada que ver con fronteras geográficas.
El destino existe, y se escribe con palabras, emociones y camaradería. La magia universal acerca las piezas, pero las energías honestas son el pegamento que las une. Única y exclusivamente cuando nos sacamos las caretas y estamos listos. No hay que hacer nada más que ver las señales.
No quiero recuperar mis horas sin dormir, adoro los tesoros que han dejado. Ya no temo a tener las puertas abiertas de mi corazón. Gracias por ser tan valiente como para no quedarte dormido.
Mil veces escuché que en estos días el amor shakespeariano era una utopía. Lo que he aprendido en esta aventura internacional, es que ni siquiera se necesita el sexo para vibrar hasta los huesos.
Las vibraciones se complementan desde la complicidad. La piel es sólo un complemento, el sirope de chocolate del sabroso helado, la cereza que dejas para el final cuando el azúcar ya aceleró tu ritmo cardíaco.
Seguro, como mujer fuerte me siento bastante feliz sin pareja, pero eso no significa que no quiero encontrar un compañero de vida para compartir fantásticas aventuras.
Ahí es dónde todos se han equivocado. Aventura no es sexo y compañero es mucho más que amante.
No soy un dragón como me han llamado, y no bebo sangre humana en las noches, como dicen por ahí los que han sido rechazados.
No soy una chica común. Tengo mis propias ambiciones y proyectos. Y me encargo de hacer caminar mis ideas. Soy responsable de mis sueños.
Los demás suelen pensar que ya que me veo tan fuerte y profesionalmente exitosa, debo estar satisfecha. Piensan que no necesito nada más. Pero sí, quiero enamorarme. No necesito una pareja, pero la quiero.
No la encontré en Paraguay. Sigan mis redes sociales para enterarse dónde aterriza el avión.