Recuerdo muy bien el día que te encontré.
Unos días después
escuché una conversación ajena donde hablaban de vos. Decían que estabas muerto y otro creían haberte visto, pero nadie estaba seguro.
Yo sí te volví a ver. Si me piden que describa tu rostro diría
que te pareces a todo el mundo, incluso a mi hermano menor.
Lo que más vive en mi mente es el sonido de tu risa: transparente, honesta, dulce, pura. La luz de tus ojos se sentía tan
suave sobre mi piel que parecía un baño de miel.
Recuerdo que desde que te conocí te encantaba
disfrazarte. A veces bufón, a veces bandido. A veces ingenuo, a veces sórdido. Siempre
podía saber que eras vos. No sé como. Pero lo sabía.
Muchas personas creen que yo te imagino, que solo estas en mi mente pero estoy segura que siempre estuviste conmigo.
Con el pasar de los años tuve que callar, pero siempre
sonreía cuando te volvía a ver, aunque sea en la pícara mirada de algún
desconocido. Hasta ahora tenés el poder de hacerme sentir la mujer más
linda del mundo, toda una princesa. Sos el único que me sigue inspirando, aunque todos crean que ya desconecté mi alma de las odas.
Es simpático ver los rostros de las personas cuando creen
que sé de lo que estoy hablando. No puedo evitarlo, pero todo el tiempo, haga lo que haga, vivo en un dejavú donde te siento.
Estoy segura que cuando camino sola me seguís. Y hasta
ahora, cuando cocino pienso en los sabores que te encantaban.
Hace un tiempo te me perdiste ¿Dónde estás?
Te sigo buscando.